LIBERTAD DE EXPRESIÓN, LIBERTAD DE EXPANSIÓN

Por: Rashid de la Peña.

 

En una sociedad sea centro o periferia, el ejercicio del poder y la lucha por el mismo, ha sido una actividad cotidiana del ser humano (situación natural e inherente al ser vivo), tan cotidiana que dicha actividad se ha normalizado y hasta regulado por las sociedades para acceder al mismo -esto entre los distintos sujetos integrantes de la sociedad- por un lado los sectores poseedores y, por otro, los sectores desposeídos. El objetivo de la lucha por el poder se vuelve no sólo el acaparamiento del poder en cualquiera de sus modalidades (económico, político, cultural, jurídico, de leguaje, etc.) sino el fortalecimiento del mismo por los sectores empoderados, el cual usualmente se encuentra en manos de unos pocos (o incluso uno) a costa del quebrantamiento y debilitamiento de las mayorías. De la misma manera en que surgió el poder, surge la necesidad del hombre de comunicación como medio y fin de toda sociedad, desde la sociedad primitiva en la que los mecanismos de transmisión de ideas se daban por medio de pictogramas; posteriormente, en forma impresa y, al final, digital como se da en nuestros días. Esto con el objetivo de transmitir conocimiento y sucesos históricos a futuras sociedades. La capacidad de trasmisión de las ideas, por medio del lenguaje y la expresión, resulta relevante, ya que ha sido una herramienta de la población para tener organización, progreso e incluso subversión. Uno de los primero sujetos consiente de la fuerza del lenguaje y el impacto que traía en la organización de una sociedad, desde una visión teológica (no cristiana) es el mismo Dios [ente supremo, omnipresente y atemporal]. Tan es así, que el teólogo San Agustín de Hipona, en uno de sus más valiosas obras titulada “La ciudad de Dios” , en su Libro Decimosexto en su capítulo IV (La diversidad de lenguas y el principio de Babilonia) nos dice lo siguiente:

“El mundo entero hablaba la misma lengua con las mismas palabras. Al emigrar de Oriente, encontraron una llanura en el país de Senaar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos a preparar ladrillos y cocerlos (empleando ladrillos en lugar de piedras, y alquitrán en vez de cemento). Y dijeron: Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance al cielo, para hacernos famosos y para dispersarnos por la superficie de la tierra. El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hijos de los hombres; y se dijo: Son un solo pueblo con una sola lengua. Si esto no es más que el comienzo de su actividad, nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Vamos a bajar y a confundir su lengua, de modo que uno no entienda la lengua del prójimo. El Señor los dispersó por la superficie de toda la Tierra, y dejaron de construir la ciudad y la torre. Por eso se llama Babel (confusión), porque allí confundió el Señor la lengua de toda la Tierra, y desde allí los dispersó por la superficie de la tierra»

Con lo anterior no sólo busco recordar el surgimiento de Babilonia (la puerta de dios), si no evidenciar el poder en sí del lenguaje, de cómo este nos ayuda a ser “un solo pueblo con una sola lengua”; ya que posibilita la organización y la capacidad de crear nuevas torres, nuevas sociedades, nuevas naciones. Actualmente, en tiempos de confusión y ceguera política, social, cultural e ideológica, en el que la visión del mundo en lugar de teñirse de blanco (al estilo Saramago), se tiñe oscuridad y de rojo, rojo como la sangre que se ha derramado por la lucha de activistas, periodistas y, en general, todo sujeto que busque reivindicación social, por medio de la libertad de expresión, resulta un acto altruista y revolucionario. El ejercicio de este derecho (libertad de expresión) no solo impacta al individuo que lo ejerce, sino que trasciende a la colectividad, e, incluso para aquellos demócratas formales, la libertad de expresión representa una fuente de legitimación de todo estado democrático, ya que permite la difusión de ideas y da nacimiento a la convergencia y divergencia de las mismas, volviendo viable la gobernabilidad de las mayorías y las minorías, convirtiéndose en gobiernos incluyentes y no excluyentes, homogenizando a su sociedad, creando un solo pueblo con una sola lengua. La libertad de expresión origina la politización de las ideas, volviéndose medio o mecanismo de emancipación y empoderamiento. De aquí la constante vigilancia y represión de dicho derecho por parte de gobiernos disciplinadores al estilo Foucault, autoritarios, represores como pasa en México y evidenciando a su gobierno con espionaje, con programas Software como Pegasus, (“diseñado para espiar terroristas y amenazas a la seguridad nacional se utiliza en México, para intervenir comunicaciones privadas de periodistas, activistas y defensores de Derechos Humanos”) . Por lo anterior, no solo es necesario el ejercicio de este derecho, sino que es importante su difusión y protección, ya que el hecho de ejercérselo nos vuelve terrorista de los gobiernos totalitarios, dictatoriales, de los actos de injusticia, nos vuelve estandartes de la reivindicaciones sociales por medio del diálogo y las ideas, origina la difusión de los demás derechos fundamentales, permea a los sectores vulnerables de protección, regresa la dignidad al indignado, posibilita la esperanza en el desamparado, nos vuelve más libres como sociedad y como individuo, origina la libertad de expansión como nación, expansión que se da a través de diversas formas de lenguaje, lenguaje que transfiere posibles verdades o faros de luz, imposibilita el surgimiento de nuevas torres de Babel.

“LAS IDEAS NO SON PROPIEDAD PRIVADA, PERO SÍ LAS OPERACIONES PSÍQUICAS QUE HACEMOS CON ELLAS”
PETER SLOTERDIJK

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio
Ir arriba