Crónica de una jornada de miércoles negro.

Por: Julia Álvarez Icaza Ramírez
Buenos Aires, Argentina, 19 de octubre de 2016

Parecía un día normal, como cualquier otro en el que la lluvia cambia los planes que tenías al aire libre.
Pero no.

Hoy el patriarcado estaba llorando. Y no había parado en toda la noche. Pero a pesar de su esfuerzo de arruinar con su viento, su frío y su lluvia no había forma de parar al movimiento. Desperté y mi muro era una cascada de rabia y de tristeza, de cambios de fotos de perfiles, de muchas mujeres y de mucho negro de luto. Se va armar el «quilombo», como dicen acá -pensé-. Ver el mapa de movilizaciones con puntitos al rededor de toda América Latina me llenó de emoción pero también de enojo, sólo imaginar que todos esos puntitos podían traducirse fácilmente y sin temor a equivocarse en historias de mujeres asesinadas, violadas, desaparecidas…y luego de casos impunes. Ahora mismo. En el momento que estoy escribiendo estas letras. Por azares del Facebook se atravesó un video de Miss Bolivia en mi camino: «Paren de matarnos» se llama, -«¿¡¿paren de matarnos?!?»- me negué a abrirlo en un primer momento, me negaba a admitir la idea de ver un video que llevara como título la exigencia de que no nos maten. Pero sí. Por muy triste que sea, la consigna principal de la marcha es «Nos queremos vivas», en pleno 2016, una vez más, la bandera que nos convocó fue NI UNA MENOS. Así, como de una película de la prehistoria…así de mal estamos. Y así de urgente es la cosa. Bajé del camión, que siendo casi la 1:30 desvió su ruta por un bloqueo promovido por el paro laboral de mujeres de varias oficinas cercanas al punto y alcancé a escuchar como un señor enojado por su cambio de ruta gritó «mejor agradezcan que están vivas» y entonces decidí unirme al paro de ellas y cerrar con más ganas la calle que le impedía el tránsito a ese señor, porque señor: «lamentamos las molestias que esto pueda ocasionarle, pero nos están matando.» Banqueras, funcionarias públicas, burócratas sindicalizadas y no sindicalizadas con sus tacones de oficina puestos habían parado de laborar para demostrar que el mundo simplemente no funciona sin nosotras y que si tocan a una nos tocan a todas. Pero de verdad nos tocan. No es un romanticismo. Sabemos entre nosotras, aunque conocemos los menores y mayores peligros a los que estamos expuestas por las diferentes circunstancias que nos diferencian, nos sabemos vulnerables, por lo menos, más que los hombres y con eso basta. Continué mi camino y el clima patriarcal nos mojaba con más fuerza pero mientras más se acercaba la hora, mayor cantidad de impermeables negros se veían revolotear en grupos por las esquinas. Como esperando y planeando algo importante. Encontré un café cuyo calor feminista y la lectura de Lagarde desafió una vez más al frío patriarcal que congelaba mis manos. A las 4:30 en punto comprobé con alegría cuando la mitad del café pidió la cuenta, que en efecto las refugiadas de negro, que como yo hacíamos tiempo para la hora, no estábamos ahí por casualidad. Nos convocamos en el obelisco, ese monumento a un enorme pito blanco, -«¡qué patético pero al mismo tiempo qué desafiante el punto de encuentro! (depende como se mire) Igual, por suerte acabamos en la Plaza de Mayo, ese espacio que ahora se conoce como la Plaza de las Abuelas y de las Madres, que abrazan a tantos y a tantas con su lucha y sus marchas de jueves interminables»-. Esperamos bajo la lluvia que el avance gigantesco de la columnas que andaban por Diagonal Norte hacia la Plaza dejaran espacio para el resto, era taaaaaaaanta gente que el largo de la calle no alcanzaba para todas, así que, tocaba esperar. Finalmente llegó la hora de incorporarnos a la movilización y como el caudal de un enorme río de techos de paraguas, nos sumamos. Después de estar paradas por más de dos horas, empapadas y muertas de frío, nos mirábamos unas a otras con cara de -¿qué onda? ¿retirada?- sobre todo las últimas cuadras a punto de llegar se empezaron a volver interminables con las lagunas que -a estas alturas- todas llevábamos en los zapatos, esperábamos sin decirlo ver quién tiraba la primera piedra, y como nadie lo hacía, nadie abandonaba. Nadie era capaz de retirarse si estaba al lado de alguna que al igual que ella, aguantaba. Así, la soloridad. Y casi llegando a la esquina de Plaza de Mayo rodeada de mujeres emparaguadas, cubriéndonos entre nosotras, entre el titiritero del frío y la lluvia, sin ser capaces de dar retirada, pensé: por mi historia, por las mujeres de mi familia que como tantas otras han sido víctimas de los pactos de silencio machistas, por sus paraguas que a tantas nos han cubierto con complicidad implícita para protegernos -a una edad que incluso ni conciencia de ello teníamos-. Por aquellas que se lo han tenido que callar durante toda una vida, por las que murieron sin decirlo, y por las que murieron a causa de ello. Porque he vivido rodeada de historias contadas por hombres que se han esmerado en opacar, silenciar y menospreciar las historias de mujeres, que, cuando pudieron ser contadas, siempre lo fueron en voz baja. Porque viví sin entender mucho tiempo lo que pasaba. Porque soy, como tantas otras, hija, nieta, sobrina de la violencia, pero también lo soy de la resistencia, de la lucha de una mujer cuya vida ha estado marcada por visibilizar y sanar este sistema. Por ti, mamá. Porque has optado por no callar. A pesar de que te han tirado de loca, tantas veces, has optado siempre por no callar. Por Lucia. Por Paola, por Alejandra, por Tania. Porque acompañamos tu grito que algunas noches se convierte en aullido y algunas mañanas en llanto. Porque tú tienes la suerte de estar aquí para contarlo, por ti y por mi y por cualquier mujer que desea la cosa más simple, pero al parecer la más compleja: vivir. Y hacerlo sin violencia, con libertad y sin miedo. Escribí esto porque estando lejos y al mismo tiempo muy cerca, tenía que sacar de alguna manera el revoltijo de emociones que llevaba dentro desde varios días atrás, al principio sólo lo compartí con mis más más cercanos que sabía que no sólo no juzgarían sino que entenderían y a pesar de que ya pasó la euforia del miércoles negro, este tema tristemente está para quedarse y trasciende al momento, y creo que los muros de Facebook, las páginas de las revistas, los artículos de los periódicos, los chats de whats app están para eso, para tomarse -como las paredes de una cárcel- y para no repetir la historia y por miedo, contar, una vez más, en voz bajita, una de las miles de las historias de mujeres.

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