Autora: Paola Vazquéz
Dependiente de importaciones para satisfacer necesidades básicas, con limitaciones sobre su canal humanitario que impiden que los alimentos y suministros médicos puedan llegar a sus nacionales y con hiperinflación que podría alcanzar el 10.000.000% los próximos meses se enfrenta además, a un paralelismo político.
A la crisis venezolana le antecede un régimen chavista que gobernó desde 1999 a 2013, tras la muerte de Chávez, el entonces vicepresidente Nicolás Maduro asumió el cargo ganando ese mismo año unas elecciones calificadas, desde entonces, como un fraude. Desde ese momento el país ha sido gobernado bajo la total secrecía, ocultamiento y manipulación de indicadores en todos sus ámbitos, coacción, compras forzadas y censura sobre los medios de comunicación; pero sobre todo mediante un esquema opresor de las libertades y derechos fundamentales de sus habitantes.
El paralelismo político de Venezuela inicia con la autoproclamación del opositor Juan Guaidó como presidente interino, seguida de actos de efecto dominó que más que ofrecer un esquema de gobernanza y transición a elecciones efectivas, incorpora una serie de dicotomías internas y externas para el propio país, solo basta ver los pronunciamientos de los distintos interlocutores de las relaciones internacionales, frente al reconocimiento de un ejecutivo dictatorial reelegido hasta 2015, o sobre un ejecutivo autoproclamado como una -forzada- medida de autocontrol social que presume invocar el artículo 333 de su Ley Fundamental.
Lo que el paralelismo ha generado es el incremento de la inestabilidad social y política en el país sudamericano, -si justo lo que pensábamos que no podía empeorar está sucediendo-, la nota de legitimación que distingue la presencia de un presidente interino, recae en el descontento social de los venezolanos, quienes siguen siendo los más afectados por las medidas de retorsión económica que ha impuesto EEUU sobre las remesas de petróleo, a un país que hoy carece de cualquier estructura económica, medida que nos traslada a escenarios anteriores: Siria, Corea del Norte y la propia Cuba, donde se buscaba coaccionar la salida de quienes detentaban el poder y que nos dan una base histórica para firmar que -no funciona-.
Mas allá de cualquier postura sobre el reconocimiento de un Presidente Interino y de la dicotomía diplomática que esto pueda generar; el conflicto venezolano versa sobre uno de los mayores declives humanitarios en la historia de latinoamérica, detrás de la densa capa de neblina, encontramos un escenario social cada vez más lacerado; las acciones más importantes deberían concentrarse en el envió inmediato de alimentos y medicamentos, en arreglos con los principales socios comerciales de Venezuela: China y Rusia y en fijar fecha para elecciones libres; acciones que no requieren de ninguna intervención militar o de pronunciamientos de reconocimiento de los demás países; puesto que se trata de -acciones internas- que requieren de conciliadores neutrales donde podría figurar el Estado Mexicano, Uruguay o el propio vaticano.